La semana pasada escuché una frase que me perturbó. Estaba en una clase de economía y el maestro definió el término “libertad” así: la habilidad de hacer lo que quieras, cuando quieras con quien quieras por el tiempo que quieras; no tiene precio. Es el dividendo más alto que el dinero puede comprar. Pero esta frase me parece muy equivocada. Las personas más libres que he conocido son un monje ermitaño que vive en pobreza, para empezar, pero también la madre de un hijo discapacitado con una enfermedad terminal y, por último, un hombre que pasó la mayor parte de su vida en prisión. Está claro que no estoy de acuerdo con el maestro, lo difícil es explicar por qué.

En el plano humano (también abordaré el espiritual) creo que podría resumirlo a tres retos que enfrentamos ante la meta de libertad: uno mismo, el contexto y las demás personas. Lo creo así porque cualquiera de los tres desafíos puede encadenarte; pero el combate por la libertad a veces se vuelve una peor cadena que el padecimiento original, y termina también por esclavizarte.

En donde es más evidente, tal vez, es en la lucha contra uno mismo. Al enfrentar nuestra vida, ¿cómo te “liberas” de las heridas, errores y pecados del pasado? A veces nos lleva, por ejemplo, a querer evadirlos. Tratar de atenuar el dolor es un asunto que lleva a muchos a las adiciones y dependencias, que lejos de ayudar, encadenan. Este dilema me parece está muy bien representado en la serie de Apple TV Severance. La solución al dolor en la vida de los protagonistas es bloquear su memoria quirúrgicamente para tratar de no sufrir, pero que termina por esclavizarlos. El guion es análogo a las adicciones porque la supuesta solución en vez de proporcionar alivio los esclaviza; y ese mal lo tendrán que soportar, además, por encima del padecimiento inicial.

En el plano espiritual, esta dinámica de Severance, en la que exageran “distraerse un poco del dolor”, me parece como la descripción de cualquier pecado. Si analizas con detenimiento los 7 pecados capitales, como, por ejemplo, la gula, vemos que disfrutar la comida y el vino con gozo no es un pecado, al contrario, se promueve en el catolicismo (no olvidemos que los cristianos creemos que nos espera un banquete en el cielo). Es su abuso nocivo y/o adictivo el que se trata de evitar.

El reto a enfrentar tu propio contexto es muy interesante también de evaluar. Yo puedo hablar aquí de mi propia experiencia y la frase que escuché que más ha marcado mi vida. Hace diez años, ya cuarentona, le confesé a un monje alemán del monasterio austriaco de Heiligenkreuz que mi deseo más profundo siempre había sido ser monja. (El sacerdote era el Padre Kilian, quien pasó a ser mi director espiritual por 8 años, y ahora es el sub-prior aquí en la nueva fundación monástica de Neuzelle donde vivo y trabajo). Su respuesta no tomó en cuenta el contexto social y las implicaciones de mi avanzada edad (en la que no se considera aceptable apenas comenzar a ponerse a definir una ruta vocacional); su respuesta cambió mi vida como ninguna otra frase que me hayan dicho: “¿Quién te detiene?, si quieres vivir como monja, hazlo y ya”. Me abrió los ojos. Seguí su consejo. Y aquí estoy.

El miedo al compromiso que los jóvenes de hoy padecen ya venía arrastrándose al menos desde mi generación. Nos vendieron la idea de que mantener las opciones abiertas es sinónimo de libertad. Ahora me doy cuenta que la verdad es exactamente lo contrario de esta idea que, como subrayó mi amigo monje tejano, es bastante nueva y responde más bien a la cultura del consumo en el capitalismo.

Coincido con el teólogo el padre Jaques Philippe que la cantidad de opciones no hace a nadie más libre. El padre J.Ph. lo ejemplifica (en su libro “La libertad interior”, que por cierto me regaló Pater Kilian) diciendo que si en un supermercado hay 100 opciones de jabones, o solo 5, la cantidad de jabones no te hacen más o menos libre. Lo que te define como libre no son las posibilidades, sino el hecho de ejecutar la acción: escoger uno, comprarlo, llevártelo y usarlo. En el diccionario de la Real Academia Española, entre las definiciones de libertad utilizan la palabra “facultad”; pero yo más bien estoy de acuerdo con este sacerdote francés que la libertad es algo que se ejerce. Las Naciones Unidas estipulan que toda persona tiene “derecho a la libertad” (de pensamiento, conciencia y religión, art. 18), pero me gusta más la manera de describirlo en el catecismo católico donde se habla de que todos los humanos tenemos específicamente el “derecho a ejercer la libertad” y define a la libertad como “el poder de actuar”, ¡qué palabras tan fuertes!: ¡un poder, actuar!

Regresando al ejemplo de mi vocación, en el momento de comprometerme con la vida monástica fue que conseguí ejercer mi deseo y experimenté una gran libertad interior. Tal cual lo describe el teólogo J.Ph., mi mayor experiencia de libertad fue una acción, una elección (a diferencia de observar pasivamente muchas opciones frente a mí sin escoger ninguna). Pero es muy fácil culpar al contexto. La decisión de ser libre no depende ni del contexto, ni de otras personas. Entregar mi vida a Dios dependía solo de mí. Ser libre dependió solo de mí.

Otra de las palabras que usan en la REA es “estado” y lo oponen al concepto de esclavitud o de estar preso. Creo yo que es mucho más interesante de explorar el concepto de libertad bajo el presupuesto de que es un “estado”.

Mi socio Jorge Vergara, ya fallecido, me presentó a un ex preso político de Sudáfrica. El ex prisionero dijo algo que nos impresionó mucho a Jorge y a mí. Nos contó que, en las décadas de encarcelamiento injusto, encontró su libertad. Explicó que lo ejercía, por ejemplo, no comiendo toda la comida en el plato (que ya era una porción reducida). Me pareció una solución muy misteriosa. El resultado no era tener más hambre, que podría parecer lo obvio. Ejerció su libertad, y ser libre era más satisfactorio que la sensación de saciedad en la barriga. El hambre de libertad era mucho mayor al hambre la de comida. Esto me llevó a pensar que la consecuencia de la acción liberadora no es relevante y que ejercer la libertad podría ser, en sí, la libertad misma. No eres libre para comer más, o para esto o para aquello. Eres verdaderamente libre al ejercer tu libertad, con una acción, una elección, para ser libre en sí, punto, no para lograr otra cosa.

Bajo esta premisa, la de ver la libertad como un estado al que se llega con una acción, parto para expresar algo que creo y que es aún más ambicioso. Porque si la consecuencia de la libertad no es relevante, yo quisiera proponer que la esencia de la libertad se sitúa en el origen, en la intención de la acción que ejerce la libertad. En el deseo inicial. Pasamos entonces con esta idea en mente al tercer reto que quisiera discutir: la libertad ante las demás personas.

Las personas débiles, que no les queda otra opción más que los demás los abusen, seguido cultivan tal resentimiento que después, cuando finalmente logran una posición de poder, se convierten en villanos. La gente buena es así porque así lo desea, no porque no tenga opción, y decidir ser bueno, aún ante la injusticia, es un acto de valentía que no genera complejos de inferioridad. Para los cristianos, es lo que Jesús ordena: pon la otra mejilla cuando te golpeen. El catecismo lo describe tal cual: “la libertad es una fuerza para el crecimiento y madurez en la verdad y bondad; alcanza la perfección cuando está dirigida hacia Dios.”

Pero para ser bueno se requiere ser muy valiente. El mejor ejemplo en este argumento es contraponer la figura de Jesús y los fariseos. Si ninguno de los dos estaban tratando de complacer a los demás ¿Qué los diferencia? Yo creo que es la intención de sus acciones, el origen.

Jesús era muy valiente. Su mandato de ser siempre el servidor de los demás y nunca sentirse superior, lo ordena claramente en varias ocasiones; pero no era a fin de ser complaciente. En repetidas narraciones, en efecto, se le percibió a Jesús como muy ofensivo; por ejemplo, cuando explicó que había que comer su cuerpo, está documentado en las escrituras que perdió muchos seguidores. Está claro en distintos pasajes que su objetivo no era darle gusto a la gente, ni tampoco fue la consecuencia. De hecho, irritó tanto a la gente que acabaron crucificándolo. Por eso ahí veo yo la clave de todo, el origen del acto es lo que importa. En el pasaje del buen pastor, por ejemplo, Jesús mismo explica su propia libertad: “Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.” La intención de Jesús es hacer la voluntad de Dios y ahí sitúa su libertad, en obedecer a Dios en una acción sobre la cual él tiene el poder de llevarla a cabo.

Ahora bien, ¿cuál es la intención de los fariseos? Lo que Jesús más atacó de los fariseos fue específicamente por no acercar a la gente a Dios, sino solo enaltecerse a sí mismos. Yo creo que la superioridad, o falsa libertad, por encima de la opinión pública, cojea en los fariseos porque la intención es muy cuestionable. La arrogancia con un origen egoísta no muestra a una persona como superior, sino más bien, la evidencia como herida o cobarde. Que ironía que tratando de imitar la valentía desinteresada de Jesús, se pueda caer en hacer exactamente lo contrario. En lugar de emanciparse de la opinión pública, la arrogancia de los fariseos termina por reforzar la dependencia a los demás tratando de impresionarlos (en lugar de lograr liberarse), o buscando superioridad al rebajarlos. Por lo tanto, yo creo que cuando vamos a ejecutar un acto que requiere enfrentarse con los demás a nuestro alrededor, hay que cuestionar si nos hace libres, o nos encadena.

Quiero proponer, finalmente, mi descabellada idea de que el sustento de la libertad es el deseo. Me parece que en donde mejor se nota a una persona libre es cuando alguien disfruta, por ejemplo, su trabajo. Se ve mucho en los llamados vocacionales a profesiones poco comunes. Por ejemplo, los artistas. Porque el deseo en su corazón no pareciera tener una finalidad provechosa. El entorno siempre trata de disuadir a los artistas de su camino y de convencer a dedicarse a otra cosa “más útil”. Pero aunque yo crea que el arte (o la creación en general) es el clímax de lo mejor que uno puede hacer, esta no es la opinión pública generalizada. Federico Arreola citó al poeta Miguel Hernández: La libertad es algo que solo en tus entrañas bate como relámpago. Y eso comprueba mi punto. Que gracioso que un poeta puede expresar nítidamente en una sola línea lo que yo llevo muchos párrafos tratando de explicar. Un creador no tiene igual.

En nuestro análisis de libertad, la finalidad no cuenta, sino la intención, y me atrevo a extenderlo a: el deseo. Yo creo con todo mi corazón que cuando somos fieles a ese profundo deseo, somos libres. El catecismo católico dice: por la libre elección uno da forma a la vida propia.

Creo que en todos, nuestro deseo más fuerte inscrito en el área más esencial y profunda de nuestra alma es encontrar a Dios. Eso es lo que nos hace libres: buscarlo. Por eso tengo en tan alta estima la creación artística, yo creo, porque es de lo que más nos acerca a Dios, al creador. Al fin nos hizo a su imagen y semejanza, ¿que otra cosa nos podría acercar más esta verdad?, crear es contundente. Siento de corazón que hay que seguir todos los días la recomendación de Pater Kilian. Cuando reconocemos ese deseo profundo hermosísimo, que nos recuerda a Dios, hay que ejercerlo con valentía y sin titubeos para ser libres. El deseo de la búsqueda de su amor, y podría extenderse… Como señaló mi amiga Patricia Cruz de Paulsen, hay que osar dar a Dios la libertad de actuar en nosotros.